La transformación digital ha traído consigo la necesidad de construir marcas capaces de emocionar a las personas. La Asociación Española de Anunciantes, en colaboración con Google, realizó un estudio en el que analizaba la eficacia de la publicidad, estudiando los 180 casos ganadores de los Premios a la Eficacia entre los años 2006 y 2016. En este informe se observa que el 65% de los premiados empleaban modelos de comunicación emocional. No solo eso, sino que la implicación de lo emocional era mayor cuanto peor era el contexto económico. O lo que es lo mismo; durante los años marcados por la crisis, se apreció un crecimiento de los casos con alto grado emocional.
La comunicación orientada al producto es necesaria, pero no debe ser exclusiva. La profesionalización del consumidor y su descenso de nivel de sensibilidad y atención hacen que apelar a la emoción sea imprescindible.
La razón está enfocada al producto, es objetiva y su meta es conseguir más ventas. La emoción, en cambio, es subjetiva. Vive de las experiencias, reside en lo personal. La gente quiere que le cuenten historias que emocionen. El mundo es emocional. Todos tomamos decisiones irracionales. Habla al corazón y te escucharán.
Es poco probable que sigan tu marca de forma racional, a no ser que sea por el precio. Y esto es la muerte del valor de tu marca.
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